domingo, 4 de noviembre de 2018

San Carlos Borromeo que redescubramos nuestra Iglesia

Este año 2018, en pleno jubileo por la creación de nuestra Prelatura (8-9-69) hemos querido reflexionar a lo largo de toda la novena sobre la Iglesia. Por eso su lema fue San Carlos Borromeo que redescubramos nuestra Iglesia.

El Evangelio de San Marcos nos recuerda aquella vez en que al Señor un escriba le preguntó cuál era el principal de todos los mandamientos (12, 28-34).

Es la pregunta por aquello de primerísima importancia. Pero la respuesta de a esta cuestión viene después de una serie de hechos y discusiones que se le han presentado a Jesús.

Él había echado a los vendedores del Templo y eso había puesto más tensa su relación con los escribas y fariseos, por eso después le mandaron unos partidarios de Herodes para que le tendieran una trampa y sorprenderlo en alguna afirmación política que lo comprometiera. Fue en aquella ocasión en la que dio la respuesta de den a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César (Cf Mc 12, 17) Más tarde llegaron los saduceos con sus legalismos, pretendiendo negar la resurrección de los muertos.

Todo esto nos sirve para pensar en lo que es nuestra Iglesia, la comunidad de bautizados de la cual formamos parte.

Siguiendo la línea del Evangelio hemos de considerar qué es lo realmente importante en la Iglesia, aquello que la constituye como tal. La respuesta ya nos la dio Cristo en este Evangelio. No sólo para los sacerdotes y consagrados, sino también para aquellos que forman familia, que están involucrados en el mundo del arte, del comercio, de la educación, del Estado, de la producción, a tantas formas de trabajo que hay en el mundo.

Lo que hace Iglesia a la familia de bautizados no es otra cosa que el mandamiento principal: escucha... amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas... Amarás a tu prójimo como a tí mismo. Esto es lo fundamental.

Cuando perdemos de vista esto, desfiguramos el rostro de la Iglesia, nuestra fe y nuestro Bautismo y caemos en lo que habían caído los israelitas del tiempo de Jesús.

En efecto, habían hecho del Templo de Dios una casa de comercio, por eso Jesús había desalojado a los vendedores.

Habían hecho de la religión un conjunto de leyes para cumplir, sin amor, sin convicción, ni sentido; el deber por el deber mismo. Cuando  caemos en ese legalismo, nos hacemos inmisericordes. Incapaces de comprender y ayudar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo en sus debil
idades y pecados y le exigimos a la Iglesia únicamente rigor y castigo, sin perdón, sólo la regla, sin miramientos.

Los escribas y fariseos habían perdido de vista lo principal y consideraron que la fe era cuestión de cumplir con rituales fastuosos y llamativos. Nosotros también podemos caer en esto cuando nos olvidamos del mandamiento principal.

Perder de vista lo principal nos lleva a caer en lo que habían caído los herodianos, obsecuentes del poder político y sus tentáculos económicos que oprimen a los más pobres y queremos darle todo al César y nada a Dios. Cuando cedemos en este aspecto terminamos considerando a nuestra Iglesia como una instancia política. O nos consideramos revolucionarios para derrocar gobiernos;  o nos convertimos en esclavos serviles de los señores que ostentan indebidamente el poder que el Pueblo les otorgó para gobernarlo. Ninguna de esas cosas es la Iglesia de Cristo.

Quienes no entiende lo principal en la Iglesia la mal interpretan y así tenemos tantas opiniones dando vueltas por allí. A veces los católicos nos hacemos eco de ellas, muchas veces sin saber bien qué es lo que decimos y ajenos a los intereses de ciertos grupos que quieren destruirla.

La Iglesia existe para que escuchemos al Señor, captemos el amor que Dios nos ha prodigado y lo amemos por encima de todo y al prójimo como a nosotros mismos. Si nosotros tenemos claro eso, todo lo demás encuentra sentido.

El mensaje que la Iglesia debe al mundo de la política, a los hombres de Estado y al Pueblo, se entiende a partir de este mandamiento principal. Y es un mensaje que debe ser dado, porque la fe católica no se reduce al mundo de la vida privada. Dios se ha manifestado y quiere salvar al ser humano y éste se organiza y vive en comunidades políticas. Por eso la comunidad de bautizados nunca puede reducirse a un grupo de gente encerrada en una capillita rezando para sentirse bien, mientras afuera la injusticia hace estragos. Su compromiso social y político deviene de que Dios nos pide que nos amemos mutuamente como a nosotros mismos, haciéndonos prójimos los unos de los otros.

La economía que la Iglesia debe necesariamente manejar en el mundo en que vive, tiene sentido en tanto y en cuanto ayude a los hombres a que amen a Dios con todo su ser y al prójimo como a sí mismos. No se trata de generar fondos para sentirnos seguros, sino de ponerlos a disposición de los que realmente necesitan y del trabajo apostólico.

Este mandamiento principal es el eje de la Iglesia, no podemos perderlo de vista queriendo formar parte de una comunidad que sólo quiere tener expectáculos, juntar multitudes, o que pretende sólo milagros para captar mucha gente. La Iglesia está para que amemos al Señor y al prójimo.

Al celebrar nuestra fiesta patronal, no miremos la cantidad de gente que congregamos. Miremos si amamos a Dios y al hermano como a nosotros mismos, eso es lo esencial, eso nos hace Iglesia. Lo demás puede estar o no estar.

Redescubramos la Iglesia de la que formamos parte. No pensemos que se trata de un montón de gente que simplemente viene a hacer número. No creamos que es un cúmulo de ritos y leyes a cumplir, sin amor, sin convicción. No la creamos un poder económico. No creamos que es una organización política para hacer oposición o apoyar regímenes estatales.

Redescubramos nuestra Iglesia; es la comunidad que está invitada por Jesús a lo esencial, a lo más importante: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas... Amarás a tu prójimo como a tí mismo.

Redescubrámosla, amémosla, comprometámonos en ella. Animémonos a vivir esto que es lo esencial.

Así lo hizo San Carlos Borromeo, así se lo pidamos a María Santísima